miércoles, 29 de septiembre de 2010

Un relato para el final del verano



                                                  

                                              

Finales de Agosto.

Cerca de la frontera entre España y Portugal el calor no remite.
Hace tiempo que para Ana el paisaje se ha convertido en una especie de terreno lunar
monótono que ya no le llama la atención. Un paisaje árido que no le tiene nada que
envidiar al de los espacios abiertos del medioeste usamericano que durante tanto
tiempo había soñado nuestra protagonista.

Ahora recuerda las últimas palabras que ayer escucho en el bar del pueblo costero de
donde viene, palabras que no dejan de dar vueltas en su cabeza…
“El tequila no te va a curar las penas, española”  No sabía si lo que más le había dolido
era haber mostrado sentimiento alguno o la forma en que se lo decía aquel sucio y típico
camarero de Palmela. 
Después llego el resto de la película: Su paso por los baños donde apenas pudo pasar
desapercibida,  la pareja de turistas que le invitaron a los dos últimos tragos y que se
prestaron a acompañarla en su última noche de vacaciones. Sin duda una noche muy larga...

Ahora, cerca ya de la frontera, espera fuera del coche. Su cuerpo no aguanta más dentro
de él. El calor es sofocante y no es nada fácil conducir con semejante resaca.

Lo que Ana empieza a tener claro, es que ya no llega por mucho que corra a su destino…
Ya no llega al aeropuerto para coger el avión que le lleve de vuelta a casa.
Le toca improvisar.

Ana siempre había sido una buena estudiante. No de sobresalientes, pero si de
aprobados fáciles, sin mucho esfuerzo. Sin tener que demostrar nada, había pasado
desapercibida en la mayoría de años de colegio. Hasta que conoció al chico más
interesante. El mismo que le despertó todos y cada uno de sus sentidos. Entonces
también se dejo llevar: Fiestas, drogas excesos… Siempre fue fácil. Todo estaba
controlado, todo atado, sin falló posible..., sin cargas, sin obligaciones…

Pero ahora estaba allí, en medio de la nada, a algunos cientos de kilómetros de
la frontera y alguno más del aeropuerto donde tendría que dejar el coche y coger
un avión que le llevara de vuelta a casa. O eso o volver conduciendo durante casi
dos días. Cruzar la península hasta su pueblo norteño.

Allí le espera su padre. Y su chico, él de ahora; Nada que ver con aquel loco intrépido
que le dio la vida al salir de Instituto. Este, él de ahora, era algo convencional. Incluso
aburrido y esperpénticamente tradicional. Todo un reflejo de su propio padre y la imagen
más conservadora de su propio pueblo. Si embargo algo le unió a él. Y no solo fue la
dejadez. Fue la forma, la necesidad de parar, de coger un poco de aire necesario a
sus 25 años.   E incluso la necesidad  de sentirse querida y valorada.

 Ahora, en este caluroso atardecer, mientras Ana bebe a grandes tragos una fría
Coca-cola apoyada en un coche cuyo alquiler aspira en pocos minutos, todo aquello
parece lejano, casi de otra vida. Incluso de alguien que no tendría nada que ver con ella.

Apura la el último sorbo. Mira cada poco tiempo un cartel donde están señalados los
kilómetros restantes a las principales ciudades del país; Y a la frontera… Ciudades
que le recuerdan los últimos días de su verano. 
De sus vacaciones. Recuerda como empezaron: Con una discusión; como siempre
solían empezarúltimamente los más emocionantes momentos de su vida.

Pero no os confundaís, Ana es una chica normal, como cualquier otra de su edad,
una chica que tiene la suerte de su lado porque ahora mismo puede tener su destino
en sus manos. Pensaba ir a trabajar al extranjero este invierno. Tiene una amiga en
Londres que le había encontrado trabajo en su academia de español. Solo le ataba
lo que a todos nos paro alguna vez:: Ese compromiso no escrito, esa especie de
contrato de sangre con quien de verdad te quiere y te quiere tener cerca.
Pero habían pasado cosas. Se habían cumplido un montón de variantes que a Ana
le habían hecho volver a soñar. Aquel polvo aquella mañana, aquella manera de follar
que no recordaba desde la adolescencia. La forma de mantenerse altiva en ese
momento trascendental,  incluso ausente. Poder llegar a recogerlo todo y salir
corriendo. Llegar a aprender, a no decir que no por sistema. Sentirse libre, sentirse
puta, sentirse bien…Pero no fue solo eso, que ya es mucho... Fue la sensación de
haber recobrado el control de su vida. Haber encontrado la formula entre el bien
y el mal de no quedarse impasible ante situaciones así, ante estímulos o deseos… 

Solo pensar en ello le hacía sonreír.

En realidad, todo esto lo había probado antes Ana, pero esta vez era mucho más
grande el deseo que el miedo. Era más el hambre de controlarlo que el descontrol
hambriento de sensaciones. Era, por fin, ella misma.

Sin prisa enciende un cigarrillo. Mira la hora en un reloj D&G que le oprime la muñeca
y que le regalaron en su último cumpleaños… Ahora sabe que ya no puede llegar a
tiempo. Será la última vez que mire la hora. Se lo arranca con cierta furia y lo lanza por
encima del coche al otra lado del arcén donde solo hay arena y tierra de color rojo. 

Del mismo color rojo que aún lleva Ana pintadas las uñas.




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