jueves, 7 de octubre de 2010

La Ciudad de la Luz


          

                                   

Sonó el despertador y yo ya estaba recogiendo mis cosas.

Preparaba la maleta para otro viaje. Una acción habitual durante el último
año. Salvo que en esta ocasión no lo hacía para irme a un concierto ni para
ver a nadie. Lo hacía por ella. Quería verme. Llevábamos varías semanas
hablando por teléfono. Y habíamos decidido volver a encontrarnos.

La cita, por segunda vez sería en ese gran Hotel que preside la principal
y más movida plaza de Lisboa. La segunda, porque la primera vez la esperé 
en el mismo sitio, Ella nunca apareció. Y después de tres días recorriendo los
bares y las calles de la capital portuguesa decidí dejar de mirar hacía atrás y 
volver con Sara. Sara era una gran chica, la recuerdo cuando la conocí, una 
joven tímida y desorientada; A los pocos meses era el volcán que siempre 
quiso llegar a ser. Pero no era con Sara con la chica que iba a pasar los 
próximos días en Lisboa, no. Esta vez, era con la chica que más había 
querido. Si es que estoy seguro de haber querido a alguien alguna vez.
Y creo que a ella sí la quisé.

Habíamos incluso llegado a vivir juntos, en un pequeño apartamento en una
de esas grises ciudades del Norte, donde se intuye la cercanía del mar , pero
que nunca se llega a ver; mucho menos a disfrutar. Fue en ese apartamento 
donde todo paso, y cuando me refiero a es todo: al amor, los celos, las drogas,
el sexo, las fiestas, el descontrol, mi problema, su problema…
Para entonces yo ya bebía. No más que ahora, pero si es posible que más
Compulsivamente. Allí conocí a Nerea, no fue difícil. Cerraba varías noches
el local al que estaba acostumbrado a acudir las noches más largas. Para
entonces, Ella ya tenía algo más que un lío con un compañero de trabajo.
los problemas crecían y mi falta de atención, mi poco carisma en esa época
me hicieron retroceder día a día…Confundía la paciencia con la dejadez.
No reconocer la caída y coger velocidad son las dos variantes de una misma
batalla perdida. Una batalla que nunca debí empezar.

Un día decidí irme.  Me levante tarde de la cama, en otra de mis continuas
resacas. Me tumbé a fumar un porro, escuchando "Coney Island Baby" de Lou 
Reed. LLevaba semanas sin afeitarme. Sin pensarlo dos veces empecé a recoger
mis cosas.Y al igual que ahora sonaba el despertador mientras hacía la maleta, 
aquel día sonó el teléfono, era Ella. Me decía que ese iba unos días fuera y me 
pedía por favor que me fuera , que a la vuelta dejara el apartamento vacío.

Pocas cosas recuerdo de Ella desde aquella tarde, y la última vez, llamaba llorando
desde Madrid. Me pedía que volviéramos a vernos, que tenía un hotel cogido
en Lisboa y quería que volviéramos a intentarlo en la ciudad que nunca apareció.

Esta vez era distinto. Había notado un cambio en su forma de hablar, en la
forma de decir las cosas e incluso de expresar sus sentimientos. Creo que 
por primera vez expresó sentimientos.

Y no podía desaprovecharlo. La había querido. Por lo que decidí jugármela.

Quedamos en el aeropuerto unas cuantas horas antes del vuelo para hablar, 
para no dar nada por hecho, para dejar las cargas atrás y poder llegar a esos 
días juntos solo con las maletas y la ropa puesta.



Yo llegué tarde. Estaba seguro de que ella lo haría aún más tarde.

Miré el reloj, me tomé una cerveza para relajarme y empezar a pensar que
este sería  un viaje diferente. No me equivocaría. 

Después salí fuera a fumar.

Llego un Taxi y se bajo ella. Vestía minifalda azul y un pañuelo anudado
al cuello Sonrió al verme, quizás, en algún momento pensaba que yo no 
fuera a estar.

Se acerco y me abrazo. Anduvimos hasta el siguiente bar y tomamos unas
cervezas. Hablamos de cosas sin importancia, del tiempo y de política. Incluso 
el camarero, un hombre ya mayor, quiso entrar en la conversación. Seguramente
lo haría por agradarle a ella más que a mi.

Pasamos el filtro con nervios de yonki, como siempre. Recogimos nuestras 
cosas y fuimos de nuevo a otro bar. Ya no podíamos fumar. Yo estaba callado
mirando los aviones despegar y aterrizar; y a la gente moverse aceleradamente.
Ella me miraba a mi. Me preguntó en qué pensaba. Si dejaba a alguien atrás.
La miento, le digo que no. Yo sabía que ella si. Y yo, desde hace un mes 
conocía a una chica que ensaya una obra de teatro en los locales que hay debajo
de mi apartamento. Había coincido con ella varías veces y habíamos quedado 
un par de noches en su casa. Era, una chica joven, sencilla. Sin duda todo un
espíritu libre al que poder agarrarse para sentir que aún podría volver a volar.

Seguían despegando aviones y Ella continuaba hablando de lo distante que 
me veía y gesticulando con un cigarro sin encender en la mano.
En un momento dado, más acalorado si cabe, tiró su vaso casi vacío al suelo.
en escenarios parecidos. El bar del aeropuerto se convirtió en un teatro donde 
todo el mundo espera ver comenzar la próxima acción. Que no fue otra que 
Ella rompiera a llorar. Entre sollozos me dijo que esto no iba a salir bien. Que yo
estaba pensado en otra...Y que ya era tarde, demasiado tarde…

Mucha gente se levantaba dispuesta a embarcar… Yo miraba como la azafata
de tierra pedía los billetes en nuestra puerta de embarque. Ella me miró diciendo
que no, que no iba a coger ese avión. Me dijo que no se encontraba con fuerzas, 
que yo no estaba presente, que tenía la mente en otras cosas, que ella no estaba 
preparada a pasar otra vez por lo mismo… En ese momento me despejo, le digo
que seguro que alguien mejor la espera, no debí de decirlo. La abrazo y le digo que 
hasta luego, que yo si que cogeré ese avión. Ella se vuelve y sale por la puerta de la
zona de embarque.

Nunca miró hacía atrás…

En la rampa de acceso al avión cogí mi teléfono y llamé a la chica del teatro para
pedirle que cogiera un avión. Que si quería, íbamos a pasar los dos juntos unos
días en la ciudad de la Luz.






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